N°
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FECHA
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PARROCO
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1
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25
de Diciembre de 1931
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Fr.
Veda de la Virgen del Carmen
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2
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08
de Septiembre de 1932
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Fr.
Amador de la Virgen del Carmen
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3
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04
de Febrero de 1933
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Fr.
Mariano de San Juan de la Cruz
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4
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25
de Mayo de 1937
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Fr.
Juan de la Cruz de la Sagrada Familia
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5
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1941
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Fr.
Juan de la Cruz
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6
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1946
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Fr.
José María de Jesús
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7
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03
de Julio de 1948
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Fr.
Benedicto del Niño Jesu
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8
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22
de Agosto de 1950
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Fr.
Felipe de la Sagrada Familia
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9
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07
de Agosto de 1958
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Fr.
Prisciliano de los Sagrados Corazones
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10
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05
de Julio de 1963
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Fr.
Felipe de la Sagrada Familia
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11
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26
de Septiembre de 1963
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Fr.
Prisciliano de los Sagrados Corazones
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12
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01
de Enero de 1966
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Fr.
Evelio de San José
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13
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15
de Noviembre de 1970
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Fr.
Prisciliano de los Sagrados Corazones
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14
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29
de Marzo de 1971
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Fr.
Eustaquio de Santa María
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15
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09
de Mayo de 1973
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Fr.
Fermín Pascual
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16
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04
de Febrero de 1976
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Fr.
Evelio de San José
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17
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22
de Junio de 1978
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Fr.
Prisciliano de los Sagrados Corazones
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18
|
21
de Octubre de 1978
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Fr.
Eustaquio de Santa María
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19
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06
de Junio de 1981
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Fr.
Fermín Pascual
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20
|
31
de Octubre de 1981
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Fr.
Juan Manuel Rupérez
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21
|
23
de Julio de 1983
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Fr.
Francisco García
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22
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22
de Enero de 1985
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Fr.
Benito Díaz
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23
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06
de Diciembre de 1997
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Fr.
Felix Pascual
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24
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12
de Febrero de 2005
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Fr.
Juan Díaz
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25
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26
de Noviembre de 2017
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Fr.
Armando Sejas
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viernes, agosto 9
LOS PARROCOS DE LA IGLESIA HASTA LA FECHA
jueves, julio 25
OCTAVA DEL CARMEN
Mensaje del P. General, Saverio Cannistrà OCD, en el día de la Virgen del Carmen:
B. V. María del Monte Carmelo
16 de julio 2019
Hoy para toda la Iglesia es el día del Carmelo. El Carmelo era y es todavía un monte de Palestina, pero ya no es solo eso. Es un lugar del espíritu, hacia donde tantas miradas y tantos corazones se dirigen para encontrar lo que deseamos en lo más profundo de nosotros mismos. Es el horizonte y la meta de nuestros caminos humanos, que muchas veces se pierden por las sendas retorcidas del mundo, caminos interrumpidos por nuestras caídas, en medio de la oscuridad. Sin embargo, el Carmelo está allá y su luz nos recuerda constantemente la dirección que nos conduce a la meta, como el faro que da seguridad y confianza a los navegantes.
Es la luz que viene no de un monte, sino de una mujer que, como la mujer del Apocalipsis, es “vestida de sol”. No el sol que vemos en el firmamento, sino el “sol de justicia que nos visita de lo alto” y que brilla eternamente. Es una mujer que es madre y tiene a un niño entre sus brazos. La luz que resplandece y que nos ilumina es la luz de su mirada llena de amor para su hijo, es la luz de la plenitud de comunión. En esta vida no puede haber comunión más grande que la comunión entre la madre y su hijo. Pero, en verdad, la madre que estrecha amorosamente a su hijo entre sus brazos es imagen, signo de un misterio mucho más grande, porque aquel niño, aquel hijo es Dios, el Dios Hijo que se hizo hijo de María y nuestro hermano. Fijando la mirada en María, la Madre del Carmelo, contemplamos el misterio que nos está llamando: misterio de fe y de salvación, que es a la vez misterio de pobreza y sencillez. El amor que une María a Jesús no se cierra en si mismo; se abre a cada uno de nosotros y nos regala una prenda de esta experiencia ofreciéndonos el escapulario, el signo material de una realidad espiritual hecha de fe y de amor.
Por otro lado, es curioso el contraste entre la imagen que contemplamos de la Madre del Carmelo, llena de ternura y de paz, y el evangelio que acabamos de escuchar, que nos relata el momento más trágico de la vida de María y de Jesús. Sin embargo, el contraste no supone ninguna contradicción sino el pleno cumplimiento del mismo misterio. Nada ha cambiado en la comunión entre la madre y su hijo. Todo lo contrario: la comunión ha llegado a su cumbre. Madre e hijo ahora más que nunca comparten la misma obediencia a la voluntad del Padre y el mismo deseo de entregarse totalmente para la salvación del mundo. Su amor ya es el “amor más grande” de todos, del que habla Jesús en la última cena: dar la vida por los amigos. Y el amigo está allá, a lado de María y del crucificado: es Juan, el discípulo amado, en el cual todos los discípulos de Jesús pueden reconocerse. Jesús encomienda su madre a Juan, y Juan a su madre. ¿Por qué lo hace? Hemos dicho que el amor entre Jesús y María es un amor abierto, que se tiende hacia cada hombre y cada mujer para acogerlos en el abrazo de Dios. Ahora, en el momento final de su vida, Jesús quiere que haya una madre y un hijo que se amen como él ha amado y ha sido amado. Como la relación entre Jesús y su madre ha sido el espacio para la encarnación, ahora Jesús prepara el espacio para una nueva presencia de Dios en medio de la historia de los hombres. Es espacio humilde, sencillo, domestico: el de una madre y un hijo que van a vivir en la misma casa.
Este es también el espacio del Carmelo de Teresa, un espacio donde podemos acogernos con el cariño y la solicitud de una madre y de un hijo. El Carmelo era un monte: ahora es una casa llena de hermanos revestidos por el mismo hábito de María, por sus mismas virtudes, que se reciben recíprocamente “como suyos”. Si en el Antiguo Testamento el sacrificio de Elías sobre el monte Carmelo despertó la verdadera fe en Jahvé en su pueblo desmemoriado, ahora en la Iglesia de Jesucristo es el sacrificio espiritual del discípulo, que se ofrece en el servicio amoroso de cada día, la luz que ilumina el camino de la fe. Para ofrecerlo necesitamos nosotros también el fuego de Elías, necesitamos la llama de amor que María guarda en su corazón. ¡Pueda ella prenderla también en nuestros corazones! Amén
B. V. María del Monte Carmelo
16 de julio 2019
Hoy para toda la Iglesia es el día del Carmelo. El Carmelo era y es todavía un monte de Palestina, pero ya no es solo eso. Es un lugar del espíritu, hacia donde tantas miradas y tantos corazones se dirigen para encontrar lo que deseamos en lo más profundo de nosotros mismos. Es el horizonte y la meta de nuestros caminos humanos, que muchas veces se pierden por las sendas retorcidas del mundo, caminos interrumpidos por nuestras caídas, en medio de la oscuridad. Sin embargo, el Carmelo está allá y su luz nos recuerda constantemente la dirección que nos conduce a la meta, como el faro que da seguridad y confianza a los navegantes.
Es la luz que viene no de un monte, sino de una mujer que, como la mujer del Apocalipsis, es “vestida de sol”. No el sol que vemos en el firmamento, sino el “sol de justicia que nos visita de lo alto” y que brilla eternamente. Es una mujer que es madre y tiene a un niño entre sus brazos. La luz que resplandece y que nos ilumina es la luz de su mirada llena de amor para su hijo, es la luz de la plenitud de comunión. En esta vida no puede haber comunión más grande que la comunión entre la madre y su hijo. Pero, en verdad, la madre que estrecha amorosamente a su hijo entre sus brazos es imagen, signo de un misterio mucho más grande, porque aquel niño, aquel hijo es Dios, el Dios Hijo que se hizo hijo de María y nuestro hermano. Fijando la mirada en María, la Madre del Carmelo, contemplamos el misterio que nos está llamando: misterio de fe y de salvación, que es a la vez misterio de pobreza y sencillez. El amor que une María a Jesús no se cierra en si mismo; se abre a cada uno de nosotros y nos regala una prenda de esta experiencia ofreciéndonos el escapulario, el signo material de una realidad espiritual hecha de fe y de amor.
Por otro lado, es curioso el contraste entre la imagen que contemplamos de la Madre del Carmelo, llena de ternura y de paz, y el evangelio que acabamos de escuchar, que nos relata el momento más trágico de la vida de María y de Jesús. Sin embargo, el contraste no supone ninguna contradicción sino el pleno cumplimiento del mismo misterio. Nada ha cambiado en la comunión entre la madre y su hijo. Todo lo contrario: la comunión ha llegado a su cumbre. Madre e hijo ahora más que nunca comparten la misma obediencia a la voluntad del Padre y el mismo deseo de entregarse totalmente para la salvación del mundo. Su amor ya es el “amor más grande” de todos, del que habla Jesús en la última cena: dar la vida por los amigos. Y el amigo está allá, a lado de María y del crucificado: es Juan, el discípulo amado, en el cual todos los discípulos de Jesús pueden reconocerse. Jesús encomienda su madre a Juan, y Juan a su madre. ¿Por qué lo hace? Hemos dicho que el amor entre Jesús y María es un amor abierto, que se tiende hacia cada hombre y cada mujer para acogerlos en el abrazo de Dios. Ahora, en el momento final de su vida, Jesús quiere que haya una madre y un hijo que se amen como él ha amado y ha sido amado. Como la relación entre Jesús y su madre ha sido el espacio para la encarnación, ahora Jesús prepara el espacio para una nueva presencia de Dios en medio de la historia de los hombres. Es espacio humilde, sencillo, domestico: el de una madre y un hijo que van a vivir en la misma casa.
Este es también el espacio del Carmelo de Teresa, un espacio donde podemos acogernos con el cariño y la solicitud de una madre y de un hijo. El Carmelo era un monte: ahora es una casa llena de hermanos revestidos por el mismo hábito de María, por sus mismas virtudes, que se reciben recíprocamente “como suyos”. Si en el Antiguo Testamento el sacrificio de Elías sobre el monte Carmelo despertó la verdadera fe en Jahvé en su pueblo desmemoriado, ahora en la Iglesia de Jesucristo es el sacrificio espiritual del discípulo, que se ofrece en el servicio amoroso de cada día, la luz que ilumina el camino de la fe. Para ofrecerlo necesitamos nosotros también el fuego de Elías, necesitamos la llama de amor que María guarda en su corazón. ¡Pueda ella prenderla también en nuestros corazones! Amén
martes, julio 23
FIESTA DEL CARMEN
Feliz día del Carmen
P. Provincial
Queridos
hermanos y hermanas, MUY FELIZ DÍA DE LA VIRGEN DEL CARMEN a todos.
Acaban
de dar las 12 de la noche en el reloj. Hace unos minutos hemos entrado en el
día del Carmen, de Nuestra Madre, nuestra Hermana, nuestra Señora. Como quien
se zambulle en las entrañas seguras que solo pueden dar a luz la historia que
lleva por nombre a Jesús. Unos minutos antes de dar las doce paseaba con tres
hermanos por la playa, una de tantas playas, siempre únicas, contemplando el
mar, que en todas sus orillas guarda la presencia de María, Faro Luminoso:
Stella Maris, velando nuestras vidas arriesgadas a la mar, en la incertidumbre,
en la noche, incluso en los naufragios y en la orilla recién encontrada.
Mientras
paseaba, un hermano bueno me ha dicho que no hace falta que felicite con largas
palabras, que no me extienda, que sea breve y sustancioso, en decir lo que le
pedimos a María, que nos haga fieles hijos de tal madre, según su corazón.
Además, salgo temprano a visitar a otro hermano nuestro hospitalizado, y en el
viaje emplearé la mitad de este día de fiesta, desde muy temprano. Me ha aliviado
su palabra, aunque sé que no le haré del todo caso…
Estos
días de la visita a las comunidades me preguntan si hay muchos problemas en la
Provincia, casi dándose a sí mismos la respuesta: hay muchos problemas, y
estamos en un momento crítico y decisivo, que sin duda pasaremos, porque el
futuro no depende fundamentalmente de nuestros aciertos o desaciertos, sino del
deseo de Dios, de la voluntad de María de cuidar nuestra casa y reconstruir en
las estructuras resquebrajadas y cansadas, una morada para que Él venga a
habitar.
Hay
muchos problemas, respondo, pero hay muchas más bendiciones. Hay muchas
dificultades que nos superan, pero hay muchos más milagros de vida, hay mucha
queja y mucho cansancio y sensación de pérdida, pero mucho más de trabajo
humilde, inútil, invisible, gratuito, generoso, desinteresado. Hoy, delante de
la Virgen me ha venido DAR GRACIAS DE CORAZÓN POR LA PROVINCIA A LA QUE EL
SEÑOR ME HA REGALADO PERTENECER, no porque seamos la provincia más grande de la
Orden, no porque tengamos los lugares más significativos de nuestros orígenes,
no porque sea la tierra donde nacieron y vivieron Teresa y Juan de la Cruz, no
porque vivamos un tiempo de libertad y de formación heredado de grandes hombres
y mujeres pioneros que abrieron caminos de sabiduría y de estudio impagables,
no porque tengamos la suerte de vivir en un lado del mundo donde no se nos
persigue por vivir nuestra fe y donde tenemos medios materiales para cuidar
nuestra salud y nuestra formación… no por todo eso que sí doy gracias, sino porque
ahora precisamente es un momento, para las carmelitas, los carmelitas y los
seglares de búsqueda de un sentido nuevo, de quiebra de modos e inercias
antiguos que no dicen vida y no contagian, porque en la pérdida de lo que nos
sostenía y aseguraba la vida, y en la búsqueda de lo que está por nacer, se
halla la esperanza de un Carmelo que no es construcción sobre todo de nuestra
inteligencia o de nuestra perspicacia, sino de aquella semilla que dice el
evangelio que enterrada, muriendo y pudriéndose, esconde regada por el Dios de
la Vida, los tiempos nuevos, el Carmelo Nuevo, en la fidelidad de todos los
tiempos.
Doy
gracias a Dios, sin hablar hoy de problemas, porque al recorrer las comunidades
veo sobre todo, hermanos que están recibiendo quimioterapia, que apenas se
quejan y siguen dándose por los demás, sin tregua y sin descanso; hermanos de
más de noventa años que no se jubilan de escribir, de trabajar, de pasear para
cuidarse, de escuchar y de estar disponibles; hermanos que ven el lado bueno de
las cosas y que alaban lo que los demás hermanos hacen aplaudiendo el esfuerzo
ajeno; hermanos que se levantan a las cinco de la mañana a barrer la plaza del
convento sin que nadie se lo pida; hermanos que preparan el café mucho antes de
amanecer pensando en los demás, sin decir nada; hermanos jóvenes y no tan
jóvenes que tienen graves dolores de espalda y casi nunca se quejan, mientras
escuchan a todos los que vienen al despacho; hermanos que friegan todos los
cacharros que han quedado de la noche, cuando ya los demás se han ido a
descansar; hermanos que hasta altas horas de la noche repasan las cuentas, para
que todo cuadre, y se levantan igualmente a rezar aunque apenas hayan dormido;
hermanos que cuando llegan los hermanos de una misión, de una predicación, se
interesan por ellos y les preguntan con verdadero interés por cómo les ha ido;
hermanos que pasan noches de hospital al pie de la cama de otros hermanos;
hermanos que cambian pañales de otros hermanos, y hermanos que cuando falta la
cocinera, hacen la comida con esmero y cuidado, hacen la compra cada día y
procuran que nunca falte el pan reciente cada mañana; hay hermanos que cuidan
de sus padres y se preocupan de ellos, sin desatender la obediencia de sus
tareas, y hermanos que están gravemente enfermos y no han dejado nunca de ir
mensualmente a cuidar a sus padres durante una o dos semanas, sin protestar,
con sumo cariño; hermanos que trabajan horas y horas sin fin leyendo,
escribiendo y preparando clases, por el orgullo de iluminar, escribir y enseñar,
y poner verdad en el camino de las personas, con verdadera vocación teresiana
de ayudar a caminar en verdad; hay hermanos que se levantan media hora antes de
la oración de los demás o del horario de comunidad, por el deseo de estar con
el Señor, sin ley, porque tienen todavía despierto el deseo de cuidarle y
cuidarse…
Podría
seguir recogiendo aquí muchos más ejemplos (todos son reales), pero no hace
falta, y ninguno de ellos necesita la más mínima propaganda.
Sí,
hay muchos problemas en la Provincia, muchos, más de los que la mayoría sabe,
pero hay infinidad de gestos y de milagros de generosidad entre mis hermanos
que no contabilizan en las cuentas de si fue o no oportuno dar un paso de
unificación o si fue acertada o no tal decisión. La vida se nos agota en la
queja, mientras otros se agotan en desvivirse por otros sin hacer ruido y sin
apenas cuidarse de sí. Por todo ello, hoy, día del Carmen del año 2019, quiero
darte GRACIAS, María, y pedirte, suplicarte que cuides de mis hermanos, de
todos, sin dejar a nadie fuera, que los protejas y los sigas alentando, y
ayudando a levantarse por las mañanas, arrópales cuando haga frío, y dales la
brisa fresca en las noches de insomnio, y calma la rabia o el enfado de los que
justamente se sienten dolidos, y sigue dándonos la certeza de que pese a
nuestras torpezas, tú, María, Madre, Hermana, nos llevas de tu mano, y nos
cuidarás, porque el camino es superior a nuestras fuerzas, y porque te hemos
dicho SÍ, imitando tu SÍ, en absoluta confianza.
Gracias,
María.
Feliz
día del Carmen, mis hermanos y hermanas. Gracias por vuestra vida.
P.
Miguel Márquez.
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